Este post no es como los otros que encontrarás en el blog. Esta vez me apetecía escribir algo más personal sobre mis dos meses viviendo en Grecia. Me gustaría hablar de la magia del viaje, todo lo que ocurre cuando viajas y nada sale como esperabas. A veces mejor, a veces peor, pero siempre sorprendente. Quiero contarte todo lo que aprendí en Atenas.

Atenas es una ciudad de contraste

La primera vez que visité Atenas lo hicé con cautela. Era el año 2017 y Atenas tenía (y aún tiene) fama de ciudad rota por la crisis, con problemas de seguridad, dejadez y suciedad. Pasé una sola noche en la ciudad y me llevé esa misma imagen, aunque no percibí ningún tipo de peligro como había leído en distintos sitios.

Graffitis y edificios abandonados

Después de vivir dos meses en la ciudad, puedo decir que Atenas es una ciudad llena de constraste. Es cierto que hay barrios que es mejor no pisar (nidos de droga y prostitución), barrios normalitos y barrios elegantes que parecen de otra ciudad.

El graffiti es la seña de identidad de Atenas y, el que no está acostumbrado a ellos recibe esa sensación de dejadez. Luego están los edificios completamente abandonados o la gran cantidad de gente viviendo en la calle. Esto no significa para nada que toda Atenas sea así, pero muchas zonas cercanas al centro se encuentran en este estado. Para ejemplo contrario esta el barrio de Kolonaki, impoluto y sin un sólo graffiti.

El misterio de las cartas extraviadas y los paquetes que nunca llegan

Una de las cosas que me llamó la atención de Atenas fue el tema del correo y el envío de paquetes. En el portal del edificio donde viví durante dos meses no había buzones pero sí había una repisa repleta de cartas cerradas y acumulando polvo. Imagino que en algún momento el edificio albergó negocios varios pero me extrañó que aún llegasen cartas tiempo después y nadie las recogiera.

La repisa que acumulaba las cartas

El envío de paquetes, al parecer, es digno de una Odisea Griega. Escuché a otros voluntarios hablar de paquetes que esperaban desde navidad por parte de sus familias: algunos llegaron, aunque bastante tarde. De otros, nunca se supo. Yo misma advertí a mi entorno que no me enviasen absolutamente nada porque no llegaría y hubo una persona un tanto cabezona que se empeñó en enviar un regalito. Tal y como predije, nunca llegó. El paquete fue «imposible de entregar».

Sobrevivir a la dinámica de los mercados

Uno de mis objetivos desde hace tiempo es utilizar la menor cantidad de plástico posible cuando compro, por eso decidí comprar las frutas y verduras en un mercado al aire libre que había al lado de mi casa. La desventaja de no ser local y no hablar griego es que es común que intenten timarte y sacarte más dinero, a veces de forma descarada.

Mi compañero de piso, Jake, me enseñó un puesto dentro del mercado donde los dueños vendían de forma honesta por lo que nunca llegué a ser engañada. Él, sin embargo, estuvo comprando en otros puestos antes de encontrar el que me recomendó y le cobraron de más en varias ocasiones, hasta que se plantó y rechazó unos plátanos porque sabía que le estaban intentando sacar el doble. En el mismo instante en que dijo que no, el dueño del puesto le rebajó el precio.

A nadie le gusta que le tomen por tonto. Desgraciadamente, esto ocurre en muchas culturas en las que una de las partes aprovecha la indefensión de la otra (ya sea por idioma, por sexo o por otras muchas razones). Hay ocasiones como esta, en el mercado, donde es más fácil plantarse y decir que no, dejando claro tus límites.

El clima cambiante

En Atenas todo es contraste, desde los barrios hasta el clima. Dicen que Atenas tiene 300 días de sol al año (pocos son los días que no hubo sol durante mi estancia). El fin de semana de enero que llegué agradecí los 22 grados aunque pronto me di cuenta de que el tiempo cambiaba bastante: bajaba la temperatura de un dia para otro y de nuevo volvía el calor. En febrero cayó una gran nevada, un acontecimiento casi histórico porque la nieve no es muy común en Atenas.

Aceptar Atenas tal y como es

Después de dos meses llegué a la conclusión de que cada ciudad tiene su propio carácter. Venir de un lugar con cierta estabilidad y en el que todo funciona con rapidez y eficacia hace que a veces esperemos lo mismo de otros destinos. Viajar es saber adaptarse al entorno en el que te encuentras, con sus cosas buenas y malas.

Los graffitis, edificios abandonados y la gente en la calle, es algo que sin duda puede cambiarse, pero entiendo que la situación económica de Atenas no ha sido la ideal en los últimos años.

Detalles de lo más curiosos

Los cementerios

Uno de los detalles más sorpredentes que aprendí en Atenas ocurrió visitando el Primer Cementerio. Por lo visto, la incineración en Grecia ha estado prohíbida hasta el año 2019 y en los cementerios no hay sitio para todos los muertos, por lo que cada cierto tiempo, se exhuman los restos y se guardan en unas «cajas pequeñas» que a su vez pasan a colocarse en otra parte del cementerio, dejando así el nicho disponible para otros. Eso ocurre con las personas de a pie. Si la familia del muerto tiene dinero y puede pagar por el sitio, entonces sí es posible mantener el lugar intacto.

Esto me hizo darme cuenta del terrible papel que tiene el dinero en todas las facetas de la vida. Tanto que, si no lo tienes, no te dejan descansar en paz.

Los gatos

La cantidad de gatos que hay en toda Grecia es brutal. Yo soy claramente del equipo gato (tengo una gatita negra preciosa que se llama Silver) y ver tantos mininos por la calle me entretenía mucho (me paraba a acariciarlos o a hacerlos fotos). También es cierto que aunque me gustaba su presencia, no me agradaba ver las condiciones en que se encontraban muchos de ellos.

Desconozco si en la ciudad se llega a ejercer algún tipo de control en cuanto a la esterelización de gatos o simplemente les dejan criarse a su aire. Desde luego, no les falta agua ni comida ya que son muchas las personas que se acercan a proporcionársela.

Apoyar el comercio local es vital

Las tiendas llegaron a abrir únicamente durante dos semanas, cuando los casos de covid estaban en números lo suficientemente bajos. La calle Ermou, que concentra todas las grandes marcas de ropa y zapatos, se llenó y todo el mundo hacía colas interminables para hacerse con las gangas de las rebajas. Hacer cola no me gusta, así que directamente no entré en ninguna tienda.

Tenía en mente, sin embargo, llevar algún recuerdo a mi gente más cercana y justamente un día, caminando por una callejuela alrededor de la Acrópolis, un hombre griego me vió mirar el escaparate de su tienda y me invitó a entrar. Era la única que andaba por allí en ese momento y le noté realmente desesperado por vender algo, así que me gasté 30€ y así dejé cumplido el objetivo de comprar souvernirs.

Con desesperado no me refiero al típico «pesado» (no quiero ofender a nadie con esa palabra, es una manera de hablar) que te persigue a todas partes hasta que accedes a comprarle algo. Por lo que pude ver, el hombre vivía con su mujer en el piso superior de la tienda y su negocio eran los souvenirs. Si ésta llevaba cerrada desde noviembre y el turismo no está permitido en Atenas, ¿cómo no iba a estar ese hombre desesperado? Y más si era yo la única «turista» que pasaba por allí en mucho tiempo.

Aceptar que no todo sale como queremos

Esto es, quizás lo más importante que aprendí en Atenas. Vine para hacer un voluntariado con jóvenes refugiados en medio de esta locura de pandemia. El voluntariado desde el principio no resultó como esperaba por las restricciones que iban alargándose semana tras semana. Nunca llegué a enseñar inglés de forma presencial y tuve que asumir que mi aportación sería únicamente online.

Así me recibió Atenas

Como puedes imaginar, dejar mi casa durante dos meses para estar en otra a más de 2000 kilómetros enseñando online no me hizo ninguna gracia al principio. Además de esto, no se podía viajar entre provincias, los museos estaban cerrados. Prácticamente todo estaba cerrado, así que era bastante difícil ver el lado positivo de esta situación.

Tuve momentos de duda, sobre si volver antes de tiempo (porque podía estar haciendo lo mismo desde mi casa). Aún sabiendo todas las limitaciones existentes decidí quedarme el tiempo que ya tenía planeado, convenciéndome de que aún podía exprimir Atenas y aprovechar el tiempo con las personas que conocí y que, sin duda alguna, supusieron una gran diferencia en mi viaje.

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Las personas que conocí durante el viaje

Mi viaje a Atenas habría sido muy distinto sin ciertas personas:

Jake

Tuve la suerte de compartir piso con Jake, otro voluntario británico. Vivíamos en la escuela, en ese momento cerrada por el coronavirus. Creo que él también se alegró bastante de mi llegada, ya que estuvo sólo en el piso varios meses, enseñando también de forma online y con la ciudad confinada.

Compartiendo la afición por la fotografía en el Templo de Sunion

Jake fue un fantástico compañero de piso, la convivencia fue genial y además aprendí mucho con él. Fue increíble ver cómo una persona tan jóven puede tener un nivel tan grande de compromiso con el cambio climático o la situación de los refugiados. Intuyo que esas ganas de cambiar el mundo van a llevarle lejos. Me gustó también poder intercambiar opiniones sobre Reino Unido, donde viví casi 3 años (en Londres) y poder debatir sobre la serie de Netflix «The Crown» después de cada capítulo. Y por supuesto, tengo que agradecerle que me presentase el mejor postre griego: los loukoumades.

Mi primer loukoumades en Atenas

Tim, Karina y Rosie

Tim y Karina son un matrimonio de Australia, aunque vivieron parte de su vida en Estados Unidos. Dejaron su vida en EEUU para comprar un barco con el que navegar por Grecia y sus islas, un sueño que tenían desde hace tiempo.

Primero conocí a Tim, que empezó como voluntario casi al mismo tiempo que yo. Enseguida me di cuenta de que era un culo inquieto y que necesita estar siempre activo. Gracias a él conocí sitios alternativos de Atenas, lugares que como turista nadie suele visitar . Lo mejor de Tim es que es un «curioso insaciable» y siempre tenía información muy interesante sobre los lugares que visitábamos.

Tim y Rosie

Poco después conocí a Karina y a Rosie. Con Karina me sentí muy libre desde el primer momento. Soliamos tener conversaciones sobre la vida, sus hijos, experiencias viajando, los hombres que es mejor evitar o temas más banales sobre si llevar sujetador o no. Cómo lo echo de menos…

Rosie es la perrita más preciosa del planeta a la cual he enseñado algo de español ( o eso me gusta pensar) y que ha aliviado la ausencia de mi gatita Silver.

Cena española que cociné para Tim y Karina (algo le tocó a Rosie seguro)

Gracias a Tim y Karina tuve la mejor despedida de esta experiencia. Organizaron un fin de semana en una casa a las afueras de Atenas (lo máximo que podíamos movernos con las restricciones) para celebrar el cumpleaños de Tim. Fue un fin de semana de sol, alejados del ruido de Atenas en medio del campo y con vistas al mar, con una compañía fue inmejorable.


Todas estas son las cosas que aprendí en Atenas, bastante resumidas, junto con otras de las que no he hablado pero que se encuentran en mi cabeza siendo procesadas.

Agredecida, siempre, de vivir experiencias que aporten sentido a mi vida.

Embobados con el atardecer

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